En el libro del principio de los tiempos se cuenta la historia de la primera y la segunda palomas que el patriarca Noé echó a volar del Arca, a modo de mensajeras, cuando las compuertas del cielo se cerraron y se secaron las aguas de las hondanadas. ¿Pero quién ha divulgado la ruta y el destino de la tercera paloma? En la cima del monte Ararat había encallado el Arca salvadora que contenía en su seno todos los vivientes que el diluvio respetó, y cuando la mirada de Noé distinguió desde el mástil la ondulación sin fin del agua, echó a volar una paloma, la primera, para que volviera con el mensaje de si veía tierra en alguna parte, bajo el cielo sin nubes.
La primera paloma- así se cuenta en el libro- remontó el vuelo. Voló hacia Oriente y, luego, hacia Occidente, pero el agua lo llenaba todo. No halló donde posarse y, poco a poco, sus alas flaquearon. Volvió, pues, a lo único firme que había en el mundo, el Arca, y revoloteó alrededor del barco parado sobre la cima del monte hasta que Noé extendió la mano y la metió de nuevo en el Arca.
Siete días esperó entonces, siete días sin lluvia, durante los cuales bajaron las aguas, y otra vez tomó una paloma, la segunda, y la dejó volar, para tener noticias. La paloma emprendió el vuelo de mañana, y cuando volvió al anochecer llevaba, como unica señal de tierra salvada, una hoja de olivo en el pico. Así entendió Noé que las cimas de los arboles ya salían sobre el agua, y se satisfizo de la prueba.
Otros siete días después envío una tercera paloma a volar al mundo. La echó a volar por la mañana, pero al cerrar la noche no había vuelto, como las otras dos. Noé aguardó un día tras otro, pero no volvía. Entonces comprendió que la tierra había salido a flote y bajado el agua. De esta tercera paloma nunca supo nada, ni la Humanidad tampoco, porque su leyenda no se ha divulgado hasta nuestros dias.
He aquí el viaje y el destino de la tercera paloma:
De mañanita, cuando en la oscuridad las bestias gruñian de impaciencia entre empellones y había una confusión de cascos y pezuñas y un desconcierto de bramidos, chillidos y silbidos, la paloma levantó el vuelo desde la húmeda angostura del Arca a la anchura infinita, de la oscuridad a la luz. Lo mismo fue cortar con el ala la altura del aire claro, al que la lluvia había comunicado un olor estimulante, que sentir ondear de pronto a su alrededor la libertad y el prodigio de lo ilimitado. En el hondo cabrilleaba el agua y lucia el verdor de los bosques como un musgo húmedo; de las praderas impregnadas del olor de las plantas subía el vaho blanco de la hora temprana. Del cielo metálico caían los reflejos del Sol, que se remontaba rompiendose en infinitos arreboles contra las cumbres, y, abajo, el mar lucia también un vapor como de sangre caliente. Era una visión divina aquel despertar, y la paloma se mecía beatificante en el vuelo planeado sobre el mundo purpúreo, cruzaba tierras y aguas, como si fuera ella misma en un sueño con alas, engolfada en el hechizo. Parecida al mismo Dios, era la primera criatura que veía por fin la tierra libre, y no se saciaban sus ojos. Se había olvidado de Noé, el anciano del Arca, y de su encargo. Porque ahora se hallaba su patria en el mundo, y en el cielo su propia morada.
Asi voló la tercera paloma, infiel mensajera del padre Noé, sobre el mundo vacío, cada vez más lejos, al impulso de la ráfaga de su dicha y de su feliz inquietud, hasta que sintió pesarle las alas como plomo. La tierra, la llamaba hacia sí con atracción irresistible, y sus alas cansadas volaban cada vez más bajo, hasta rozar las copas humedas de los arboles. Por fin, al anochecer del segundo dia se dejó caer en lo hondo de un bosque, el cual todavía no tenia nombre, como nada lo tenía en aquel principio de los tiempos, y se guareció en la espesura del ramaje. Este la cubría y el viento arrullaba su sueño, fresco de día y esparciendo de noche un grato calor en el hogar del bosque. Pronto olvidó el cielo azotado por el vendaval, y el reclamo de los horizontes lejanos, y el tiempo pasaba inadvertido para ella bajo las verdes bóvedas. Era un bosque de nuestra tierra el que había elegido por morada la paloma errante, pero los hombres no se habían establecido todavía en sus ámbitos, y en aquella soledad iba viviendo, cada vez más como un sueño de si misma. En la sombra, en el verde nocturno, anidaba el ave, y los años se deslizaban por encima de ella, olvidada de la muerte, pues todos los animales, uno de cada especie, procedentes del mundo antediluviano, no pueden morir, ni cazador alguno tiene poder sobre ellos. Anidan disimulados en los repliegues menos explorados del manto de la tierra, como la tercera paloma en la espesura del bosque. Cierto que a veces le llegaban indicios de la existencia de los hombres: un estallido que retumbaba centuplicado a través de las verdad mamparas, unos leñado res que asestaban contra u tronco sus golpes, que el eco de la noche vegetal repetía; o la risa leve de una enlazada pareja de enamorados, como un arrullo perdiéndose en el secreto de las tamas; o la canción débil y lejana de unos niños que cogían fresas. La paloma, engolfada en las ramas, dormitando, oía a veces estas voces del mundo, pero no la atemorizaban, y nada era capaz de moverla de su sombreado retiro.
Pero un día todo el bosque empezó a retumbar, a retronar, como si la tierra fuera a partirse. Negras masas metálicas atravesaban silbando el aire y, donde caían, la tierra saltaba a pedazos y los arboles se quebraban como espigas. Unos hombres de abigarrados trajes proyectaban la muerte unos contra otros y las máquinas terribles arrojaban el fuego y propagaban las llamas. Iban relámpagos de la tierra a las nubes, acompañados del estampido del trueno; era como si la tierra quisiera saltar hasta el cielo, o caer éste sobre la tierra. La paloma salió de su ensueño. Sobre ella se cernian la muerte y la destrucción; como un día el agua, ahora el fuego inundaba el mundo. Alzó rápidamente el vuelo, y el rumor se perdió en el espacio, para hallar la paz por encima de nuestro mundo. Pero en todas partes veía fulgurar los mismos rayos y oía aquel retumbar que los hombres fulminaban; en todas partes la guerra. Un mar de fuego y de sangre inundaba la tierra, un nuevo diluvio. Volaba rápida la paloma para hallar un oasis de paz y, una vez hallado, correr al padre Noé para llevarle la hoja de olivo de la promisión; pero esta no se hallaba en aquellos dias; la ola de la destrucción se extendía cada vez más sobre la humanidad y se propagaba el incendio devorador en nuestro mundo. Todavía no ha hallado su oasis de paz, ni la humanidad, tampoco, y hasta que esto se cumpla no podrá volver a su hogar ni tener descanso.
Nadie habrá visto la mítica paloma errante en busca de la paz entre nosotros, pero ella vuela sobre nuestras cabezas, angustiosa, las alas cansadas. A veces, de noche únicamente, cuando nos despertamos con zozobra, oímos zumbar arriba, por el aire oscuro, un vuelo desesperado. Sobre aquellas alas flotan todas nuestras ideas sombrías, ondean todos nuestros anhelos angustiados, y la que flota temblorosa, entre el cielo y la tierra, la paloma errante, algún tiempo olvidadiza, anuncia ahora nuestro propio destino al padre de la Humanidad y, como miles de años atrás, hay un mundo en espera de que alguien le tienda la mano, reconociendo que la prueba ha durado bastante.